miércoles, 7 de agosto de 2019

CONCEPTO DE LA MUERTE


CONCEPTO DE LA MUERTE EN ANDAHUAYLAS

¿QUÉ HAY DESPUÉS DE LA MUERTE?
La ciencia no puede, en principio, dar respuesta aún a este hecho. La especulación tiene infinidad de respuestas. La religión ha dado diversas ‘respuestas’ no comprobadas y solo basadas en la fe. La intuición humana guarda una mínima esperanza sobre la posibilidad de una existencia distinta en una dimensión más allá de la vida conocida. En suma la verdad sobre la muerte es escurridiza y volátil para toda forma de razón y creencia. Aparentemente esta es una cuestión sin respuesta ni solución para el hombre actual.
Si se reflexiona a propósito, la muerte es el evento más catastrófico y perturbador para la mente y para la existencia misma del humano. Al ser consiente el humano de su caducidad y al no saber nada certero después de la muerte ha dispuesto todo el esfuerzo en la comprensión, interiorización, planificación, culturalización y acaso, hasta la esperanza misma, como última forma de paliar este hecho.
Si hipotéticamente lo vemos por el lado de la muerte a la vida, notamos que el hecho de nacer es empezar el camino directo y sin curvas a la muerte misma. Ella nos espera paciente o apurada, pero siempre vamos hacia ella, sin pausas ni alteraciones. En el intento de burlar este hecho la literatura y la cultura misma han creado historias y escapes para tener ejemplos de cómo “sacarle la vuelta” a la muerte.  Pero solo son esos, creaciones humanas y por tanto, intentos, en ningún caso, la solución. Todas las culturas y en todos los tiempos el humano ha creado formas, conceptos, teorías y conciencias sobre cómo podríamos ‘solucionar’ la muerte.
La verdad, en todos los miles de años de intento, no se ha logrado ninguna solución sino solo alargar la vida con el avance de la ciencia en su constante tratamiento de males. A decir un ejemplo: “en la edad media la peste negra casi diezma Europa”, hoy la medicina encontró formas de curar y evitar pandemias. Por cada mal o peste que aparece la humanidad investiga y encuentra la forma de solucionar, lo que conlleva a prolongar la vida.  Pero la muerte sigue en pie, sin alguna forma o esperanza de continuar con vida después de ella. Este hecho cruel y frío ha obligado a mente humana inventar toda forma de cultura en torno a la caducidad de la vida. Sócrates mencionó  “que la vida es demasiado corta, pero lo suficiente para hacer en ella algo digno como volverse inmortal”; evidentemente se refería al nombre individual que perdura, más no al cuerpo biológico que trascenderá.
Esta misma visión de hombre que conoce su final, hace que en la región de Apurímac, exactamente en la provincia de Andahuaylas; que se sabe y entiende que la muerte se presenta en forma de un anciano harapiento. Este no viene del infierno sino del cielo  y su misión es encontrar y eliminar a la gente de mal vivir o, lo que es lo mismo, al que es malo con sus semejantes. La muerte infundida por el anciano es como  un desastre que no es natural sino provocado. (Entiéndase esto como la presencia del anciano es ya la aparición de la muerte en sí misma).  La visita de la muerte es esporádica, entre años o incluso siglos. Una vez en tierra visita a muchas personas de casa en casa; lo hace en las fiestas, en los compromisos, en los trabajos y cuanto otro lugar esté el humano vivo; donde solicita comida, flores, apoyo, antojos, atención, protección o ropa y debe ser atendido con preferencia sobre todos los presentes. A veces sorprende por sus pedidos, porque  puede solicitar una mariposa exótica, un perro para el camino o cualquier otra cosa. Por ello los moradores de las comunidades saben que si hay un anciano harapiento pidiendo limosnas o cosas raras intuyen que se viene algún desastre o muerte masiva. Incluso llegan a asociar que podría tratarse de los propios dioses que vienen a vivir entre los humanos convertidos en simples mortales necesitados. Esta concepción de muerte personificada es tradicional y ancestral, pero que  ahora (siglo XXI), está muriendo con la llegada de la educación escolar y estándar impuesta desde la capital del país. La presencia del mercado y su consiguiente sometimiento del hombre al engranaje económico hace mirar la vida con optimismo; sin embargo la pérdida de estos conceptos significa la desaparición de una forma de ver y entender la muerte. En ese afán de rescatar la información literaria que se conoce ponemos de manifiesto este escrito.
Los moradores de las distintas comunidades de Andahuaylas conocen de manera indirecta o porque sus padres les contaron sobre el origen mítico de la laguna de Pacucha. Que en quechua significa rubia, derivado del diminutivo de la palabra paqucha, que la traducción significa ‘rubiecita’. Nosotros también escuchamos versiones distintas de varios compaisanos que hablan en reuniones y fiestas familiares. Contaremos la versión de mi madre.
 Un día había en las pampas de Antahuara una esplendorosa ciudad llamada Paqu (rubia), porque sus paredes, plazas, templos y calles estaban cubiertas de oro. En esta ciudad se celebraba una boda de lo más pomposa y lujosa que se hubiera conocido jamás. Como era de costumbre los familiares y novios hicieron todos los preparativos de lo más exquisito para la celebración que tiraba la casa por la ventana. Era la fiesta de entre las fiestas, porque se casaba nada menos que la hija del ambicioso y poderoso jefe local del comercio y poder político. Un personaje pedante y nada caritativo para con las gentes del campo. Precisamente en esta fiesta ultraprivada y conservadora aparece un  indeseable y sucio anciano que además de achacoso y harapiento tenía una actitud prepotente y nada cordial para pedir comida y atención  preferente, incluso por encima de los mismos novios. Los cocineros sorprendidos por esta actitud rechazaron de tajo la petición y expulsaron al viejo maloliente de la boda con látigos y griteríos que le recordaron su abuela. Mientras intentaba escapar a pasos atropellados los furiosos cocineros no tuvieron consideración alguna, porque no solo le echaron agua hirviendo sino que le lanzaron a su encorvada espalda basura apestosa que encontraron en los rincones de la cocina y quién sabe hasta eses. No era novedad el trato brutal y nada amistoso de estas gentes sino que más al contrario era la costumbre común que reinaba en esta ciudad que pocos querían estar pero que todos debían por el comercio y ser la capital desde  donde se pagaba las compras con oro. Las malas costumbres, las perversiones, la venganzas, las amenazas y los ajustes de cuenta hasta por haber echado una mala mirada era cosa de día a día. Las peleas  y los crímenes eran cosa de nunca acabar. La humillación a los campesinos y los pastores era incluso considerado como deporte y buena moral para los citadinos altivos y orgullosos. El amor al oro y la vida desenfrenada era la característica de las gentes de Paqu.
Después de haber sido expulsado como perro abandonado, el anciano que en realidad era el mismísimo dios wiracocha[1] visitó casi sin esfuerzo diversas casas  de ricos donde el trato iba de mal en peor y los pedidos que este apestoso hacía, no eran atendidos por ningún lado ni siquiera se dignaban en corresponderle la palabra. Cuando recorrió toda la ciudad con la suerte nula, pero con la esperanza de encontrar algún alma caritativa que salvara de la inminente muerte a este pueblo miserable, llegó a la salida de la ciudad y en ella subió a una lomada desde donde observó con pena, por ratos, porque era al final su propia creación y por otros con asco porque los humanos altivos y soberbios se habían olvidado de sus creadores y de sus buenas lecciones morales de vida. Como todo padre severo sin piedad planificó con detalle y ciencia la extinción total de este pueblo ambicioso y maldito. El viejo que en el fondo no lo era sino cuando le daba la gana un bello mancebo o un animal, comprendió que la ciudad y sus habitantes debían desaparecer como manda la costumbre, con un desastre gestado desde las entrañas de la naturaleza circundante. Pero divisó una última casa y por curiosidad se inclinó a visitar a regañadientes en donde encontró a una mujer tejiendo los atavíos para su pequeña hija. La mujer por extrañas circunstancias había caído en desgracia económica y por la herencia de su marido muerto su casa pertenecía a los linderos lejanos de Paqu. La mujer, como sospechando del destino suyo, hizo pasar al anciano a su casa y le ofreció comida, al que  el viejo se negó y en su lugar pidió un ramo de flores. La mujer rápidamente fue a su jardín a recoger algunas flores que había crecido sin que ella los plantase, luego se la entregó y el viejo no hizo otra cosa que olerlos por un buen rato. Extrañada la mujer preguntó quién era y de dónde venía. La pregunta no fue respondida, pero el anciano  profetizó una inundación de proporciones catastróficas para la ciudad de Paqu. Además le pidió amablemente a la mujer que se marchara lejos de la ciudad junto con su única hija y sus ovejas que no pasaba de dos. Si escuchaba algún ruido espantoso o alguna tormenta, que no volteara para nada aunque la tentación de la curiosidad lo presionara. La mujer al inicio no le creyó, pero recordó que podría ser cierta, la vieja leyenda de la presencia de mendigos extraños, traía desastres para los hombres. Después de haber advertido el anciano se retiró de la casa. La mujer inmediatamente alistó y empaquetó las pocas pertenencias que le había dejado su esposo finado. Al atardecer comenzó con el viaje cuesta arriba, pero antes que alcance el pico de la montaña escuchó un ruido ensordecedor y gritos desesperados de multitudes desesperadas. La mujer no pudo resistir a la tentación de voltear y ver que sucedía a sus espaladas. Una vez que volteo, vio una enorme masa de agua cubriendo la ciudad, no pudo entender lo que sus ojos veían. A los pocos segundos quedó petrificada como había sido advertida por el anciano. Este cataclismo pasaba en plena vista de los campesinos que vivían en las alturas de la pampa Antahuara. Los campesinos presenciaron desde la altura que el anciano se paró al centro de la ciudad al medio de la enorme plaza, luego alzó las manos como pidiendo algo a los cielos, seguidamente bajó las manos y clavó su bastón en el suelo. De inmediato brotó agua del agujero producido por el bastón. El agua aumentaba su volumen cada vez más y con mayor fuerza hasta que se abrió la tierra y salió tanta agua que pareció alcanzar hasta las nubes, mientras que el anciano convertido en cóndor tomó vuelo por sobre las aguas hasta desaparecer en el firmamento. Cuando la fuerza de las aguas se calmó la ciudad había sido cubierta por completo y lo único que quedaba era una inmensa laguna de color azul intenso como el cielo. Todos los edificios sumergidos, con la excepción de la punta de la torre más alta ubicada al centro de la ciudad. Esta torre sería como una prueba de la desaparición de este pueblo maldito que murió por sus pecados.   Se dice que esta aguja de la torre aún es visible en el centro mismo de la laguna y que cualquier bote que choque u hombre que divise es arrastrado hasta el fondo por las almas atrapadas por las aguas. Asimismo se cuenta que la última reina fue una soltera porque creía que los hombres de entonces eran indignos de su mano, pero que ahora su alma hace naufragar a los navegantes solteros. De cuando en cuando aparece en forma de una mujer rubia de cabellos ondulados y se lleva al fondo de la laguna a todo varón que no haya ofrecido la reverencia a través de una pagapa a base de coca y productos exóticos. Casualmente las veces que alguien desaparece navegando en esta laguna solo son varones, casi ninguna mujer. Los cuerpos de las víctimas no aparecen por ningún lado de la laguna y muchas veces vienen buzos a buscar sin ningún éxito. Los moradores de su alrededor cuentan que ciertos días del año se escuchan gemidos y alaridos  de dolor en las profundidades de la laguna. Que no se sabe la fuente principal del agua que alimenta esta laguna y que es la única que tiene olas.
Este relato es para ilustrar el concepto de muerte que se tiene por las diversas comunidades de la provincia de Andahuaylas. Además de ilustrar el trasfondo cultural  que engloba el entendimiento y la esperanza en torno a este suceso.





[1] Según la concepción de las diversas comunidades el relato varía. En otros afirman que sería el dios católico, mientras en los más conservadores se menciona del dios Sol o  Inti, así como a otros dioses locales como Osqowiilka.

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