CONCEPTO DE LA
MUERTE EN ANDAHUAYLAS
¿QUÉ HAY DESPUÉS DE LA MUERTE?
La ciencia no puede, en
principio, dar respuesta aún a este hecho. La especulación tiene infinidad de
respuestas. La religión ha dado diversas ‘respuestas’ no comprobadas y solo
basadas en la fe. La intuición humana guarda una mínima esperanza sobre la
posibilidad de una existencia distinta en una dimensión más allá de la vida
conocida. En suma la verdad sobre la muerte es escurridiza y volátil para toda
forma de razón y creencia. Aparentemente esta es una cuestión sin respuesta ni
solución para el hombre actual.
Si se reflexiona a propósito, la
muerte es el evento más catastrófico y perturbador para la mente y para la
existencia misma del humano. Al ser consiente el humano de su caducidad y al no
saber nada certero después de la muerte ha dispuesto todo el esfuerzo en la
comprensión, interiorización, planificación, culturalización y acaso, hasta la
esperanza misma, como última forma de paliar este hecho.
Si hipotéticamente lo vemos por
el lado de la muerte a la vida, notamos que el hecho de nacer es empezar el
camino directo y sin curvas a la muerte misma. Ella nos espera paciente o
apurada, pero siempre vamos hacia ella, sin pausas ni alteraciones. En el intento
de burlar este hecho la literatura y la cultura misma han creado historias y
escapes para tener ejemplos de cómo “sacarle la vuelta” a la muerte. Pero solo son esos, creaciones humanas y por
tanto, intentos, en ningún caso, la solución. Todas las culturas y en todos los
tiempos el humano ha creado formas, conceptos, teorías y conciencias sobre cómo
podríamos ‘solucionar’ la muerte.
La verdad, en todos los miles de
años de intento, no se ha logrado ninguna solución sino solo alargar la vida
con el avance de la ciencia en su constante tratamiento de males. A decir un
ejemplo: “en la edad media la peste negra casi diezma Europa”, hoy la medicina
encontró formas de curar y evitar pandemias. Por cada mal o peste que aparece
la humanidad investiga y encuentra la forma de solucionar, lo que conlleva a
prolongar la vida. Pero la muerte sigue
en pie, sin alguna forma o esperanza de continuar con vida después de ella.
Este hecho cruel y frío ha obligado a mente humana inventar toda forma de
cultura en torno a la caducidad de la vida. Sócrates mencionó “que la vida es demasiado corta, pero lo
suficiente para hacer en ella algo digno como volverse inmortal”; evidentemente
se refería al nombre individual que perdura, más no al cuerpo biológico que
trascenderá.
Esta misma visión de hombre que
conoce su final, hace que en la región de Apurímac, exactamente en la provincia
de Andahuaylas; que se sabe y entiende que la muerte se presenta en forma de un
anciano harapiento. Este no viene del infierno sino del cielo y su misión es encontrar y eliminar a la
gente de mal vivir o, lo que es lo mismo, al que es malo con sus semejantes. La
muerte infundida por el anciano es como
un desastre que no es natural sino provocado. (Entiéndase esto como la
presencia del anciano es ya la aparición de la muerte en sí misma). La visita de la muerte es esporádica, entre
años o incluso siglos. Una vez en tierra visita a muchas personas de casa en
casa; lo hace en las fiestas, en los compromisos, en los trabajos y cuanto otro
lugar esté el humano vivo; donde solicita comida, flores, apoyo, antojos,
atención, protección o ropa y debe ser atendido con preferencia sobre todos los
presentes. A veces sorprende por sus pedidos, porque puede solicitar una mariposa exótica, un
perro para el camino o cualquier otra cosa. Por ello los moradores de las
comunidades saben que si hay un anciano harapiento pidiendo limosnas o cosas
raras intuyen que se viene algún desastre o muerte masiva. Incluso llegan a
asociar que podría tratarse de los propios dioses que vienen a vivir entre los
humanos convertidos en simples mortales necesitados. Esta concepción de muerte
personificada es tradicional y ancestral, pero que ahora (siglo XXI), está muriendo con la
llegada de la educación escolar y estándar impuesta desde la capital del país.
La presencia del mercado y su consiguiente sometimiento del hombre al engranaje
económico hace mirar la vida con optimismo; sin embargo la pérdida de estos
conceptos significa la desaparición de una forma de ver y entender la muerte.
En ese afán de rescatar la información literaria que se conoce ponemos de
manifiesto este escrito.
Los moradores de las distintas
comunidades de Andahuaylas conocen de manera indirecta o porque sus padres les
contaron sobre el origen mítico de la laguna de Pacucha. Que en quechua
significa rubia, derivado del
diminutivo de la palabra paqucha, que
la traducción significa ‘rubiecita’. Nosotros también escuchamos versiones
distintas de varios compaisanos que hablan en reuniones y fiestas familiares.
Contaremos la versión de mi madre.
Un día había en las pampas de Antahuara una esplendorosa ciudad
llamada Paqu (rubia), porque sus
paredes, plazas, templos y calles estaban cubiertas de oro. En esta ciudad se
celebraba una boda de lo más pomposa y lujosa que se hubiera conocido jamás. Como
era de costumbre los familiares y novios hicieron todos los preparativos de lo
más exquisito para la celebración que tiraba la casa por la ventana. Era la
fiesta de entre las fiestas, porque se casaba nada menos que la hija del
ambicioso y poderoso jefe local del comercio y poder político. Un personaje
pedante y nada caritativo para con las gentes del campo. Precisamente en esta
fiesta ultraprivada y conservadora aparece un indeseable y sucio anciano que además de achacoso
y harapiento tenía una actitud prepotente y nada cordial para pedir comida y
atención preferente, incluso por encima
de los mismos novios. Los cocineros sorprendidos por esta actitud rechazaron de
tajo la petición y expulsaron al viejo maloliente de la boda con látigos y
griteríos que le recordaron su abuela. Mientras intentaba escapar a pasos
atropellados los furiosos cocineros no tuvieron consideración alguna, porque no
solo le echaron agua hirviendo sino que le lanzaron a su encorvada espalda
basura apestosa que encontraron en los rincones de la cocina y quién sabe hasta
eses. No era novedad el trato brutal y nada amistoso de estas gentes sino que
más al contrario era la costumbre común que reinaba en esta ciudad que pocos
querían estar pero que todos debían por el comercio y ser la capital desde donde se pagaba las compras con oro. Las
malas costumbres, las perversiones, la venganzas, las amenazas y los ajustes de
cuenta hasta por haber echado una mala mirada era cosa de día a día. Las peleas
y los crímenes eran cosa de nunca acabar.
La humillación a los campesinos y los pastores era incluso considerado como
deporte y buena moral para los citadinos altivos y orgullosos. El amor al oro y
la vida desenfrenada era la característica de las gentes de Paqu.
Después de haber sido expulsado
como perro abandonado, el anciano que en realidad era el mismísimo dios
wiracocha[1]
visitó casi sin esfuerzo diversas casas de ricos donde el trato iba de mal en peor y
los pedidos que este apestoso hacía, no eran atendidos por ningún lado ni
siquiera se dignaban en corresponderle la palabra. Cuando recorrió toda la
ciudad con la suerte nula, pero con la esperanza de encontrar algún alma
caritativa que salvara de la inminente muerte a este pueblo miserable, llegó a
la salida de la ciudad y en ella subió a una lomada desde donde observó con
pena, por ratos, porque era al final su propia creación y por otros con asco
porque los humanos altivos y soberbios se habían olvidado de sus creadores y de
sus buenas lecciones morales de vida. Como todo padre severo sin piedad
planificó con detalle y ciencia la extinción total de este pueblo ambicioso y
maldito. El viejo que en el fondo no lo era sino cuando le daba la gana un
bello mancebo o un animal, comprendió que la ciudad y sus habitantes debían
desaparecer como manda la costumbre, con un desastre gestado desde las entrañas
de la naturaleza circundante. Pero divisó una última casa y por curiosidad se
inclinó a visitar a regañadientes en donde encontró a una mujer tejiendo los
atavíos para su pequeña hija. La mujer por extrañas circunstancias había caído
en desgracia económica y por la herencia de su marido muerto su casa pertenecía
a los linderos lejanos de Paqu. La mujer, como sospechando del destino suyo,
hizo pasar al anciano a su casa y le ofreció comida, al que el viejo se negó y en su lugar pidió un ramo
de flores. La mujer rápidamente fue a su jardín a recoger algunas flores que
había crecido sin que ella los plantase, luego se la entregó y el viejo no hizo
otra cosa que olerlos por un buen rato. Extrañada la mujer preguntó quién era y
de dónde venía. La pregunta no fue respondida, pero el anciano profetizó una inundación de proporciones
catastróficas para la ciudad de Paqu. Además le pidió amablemente a la mujer
que se marchara lejos de la ciudad junto con su única hija y sus ovejas que no
pasaba de dos. Si escuchaba algún ruido espantoso o alguna tormenta, que no
volteara para nada aunque la tentación de la curiosidad lo presionara. La mujer
al inicio no le creyó, pero recordó que podría ser cierta, la vieja leyenda de
la presencia de mendigos extraños, traía desastres para los hombres. Después de
haber advertido el anciano se retiró de la casa. La mujer inmediatamente alistó
y empaquetó las pocas pertenencias que le había dejado su esposo finado. Al
atardecer comenzó con el viaje cuesta arriba, pero antes que alcance el pico de
la montaña escuchó un ruido ensordecedor y gritos desesperados de multitudes desesperadas.
La mujer no pudo resistir a la tentación de voltear y ver que sucedía a sus
espaladas. Una vez que volteo, vio una enorme masa de agua cubriendo la ciudad,
no pudo entender lo que sus ojos veían. A los pocos segundos quedó petrificada
como había sido advertida por el anciano. Este cataclismo pasaba en plena vista
de los campesinos que vivían en las alturas de la pampa Antahuara. Los
campesinos presenciaron desde la altura que el anciano se paró al centro de la
ciudad al medio de la enorme plaza, luego alzó las manos como pidiendo algo a
los cielos, seguidamente bajó las manos y clavó su bastón en el suelo. De
inmediato brotó agua del agujero producido por el bastón. El agua aumentaba su
volumen cada vez más y con mayor fuerza hasta que se abrió la tierra y salió
tanta agua que pareció alcanzar hasta las nubes, mientras que el anciano
convertido en cóndor tomó vuelo por sobre las aguas hasta desaparecer en el
firmamento. Cuando la fuerza de las aguas se calmó la ciudad había sido
cubierta por completo y lo único que quedaba era una inmensa laguna de color
azul intenso como el cielo. Todos los edificios sumergidos, con la excepción de
la punta de la torre más alta ubicada al centro de la ciudad. Esta torre sería
como una prueba de la desaparición de este pueblo maldito que murió por sus
pecados. Se dice que esta aguja de la
torre aún es visible en el centro mismo de la laguna y que cualquier bote que
choque u hombre que divise es arrastrado hasta el fondo por las almas atrapadas
por las aguas. Asimismo se cuenta que la última reina fue una soltera porque
creía que los hombres de entonces eran indignos de su mano, pero que ahora su
alma hace naufragar a los navegantes solteros. De cuando en cuando aparece en
forma de una mujer rubia de cabellos ondulados y se lleva al fondo de la laguna
a todo varón que no haya ofrecido la reverencia a través de una pagapa a base de coca y productos
exóticos. Casualmente las veces que alguien desaparece navegando en esta laguna
solo son varones, casi ninguna mujer. Los cuerpos de las víctimas no aparecen
por ningún lado de la laguna y muchas veces vienen buzos a buscar sin ningún
éxito. Los moradores de su alrededor cuentan que ciertos días del año se
escuchan gemidos y alaridos de dolor en
las profundidades de la laguna. Que no se sabe la fuente principal del agua que
alimenta esta laguna y que es la única que tiene olas.
Este relato es para ilustrar el
concepto de muerte que se tiene por las diversas comunidades de la provincia de
Andahuaylas. Además de ilustrar el trasfondo cultural que engloba el entendimiento y la esperanza en
torno a este suceso.
[1]
Según la concepción de las diversas comunidades el relato varía. En otros
afirman que sería el dios católico, mientras en los más conservadores se
menciona del dios Sol o Inti, así como a
otros dioses locales como Osqowiilka.
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